UNA COINCIDENCIA ENTRE LO SÓRDIDO Y LA BELLEZA
De: ROGER GARCÍA CLAVO
Vivimos en una época consumista, apisonada por el vivir de las ausencias en nuestra morada, hastiada por toda culpa de poder respirar mejor; donde la belleza se maquilla en los supermercados, concursos y salones artificiales llenos de plomo y envejecimiento prematuro. Esta época es nuestra y en ella hablar de la yerba es toda una injusticia; pero hablar de poesía es toda una infracción, una componenda a nuestros nervios desiguales en cada palabra. Esta infracción a la minúscula arca de la casa es la entereza de pocas personas que no se distancian del diálogo continuo con la realidad, que no se divorcian de la exigencia, de la denuncia al crimen en Medio Oriente, sobre todo en Libia por los propósitos de la OTAN, que nunca ha traído primaveras; el hambre en Haití, África y el Perú; quebrantamiento que nos embadurna los ojos en una calle de Santa Anita, Comas..., Lima, Trujillo, Chiclayo, Chachapoyas, etc.
Quiero con este paréntesis hacer una serie de pareceres a los libros de poesía que durante estos últimos meses han llegado a no dormir en mi mesa; sino a despertarme de la posibilidad de vivir, que es la poesía, una posibilidad tan urgente como el agua, el amor, la belleza; como todo acto de reclamo a esta forma de existir. Me “reafirmaré si mi convicción que lo válido y tangible y disfrutable en la poesía es el poema y que a él es a quien hay que prestar atención y reverencia” yo también revalido la importancia del poema como E. Adolfo Westphalen para digerir las experiencia y la realidad como una suma de estilos que nos hacen reflexionar sobre los modos de esta vida azarosa y expuesta a lo irremediable.
“La poesía no debe utilizarse para contar lo que a uno lo sucede. Yo prefiero pensar y dejar que esas vivencias se transformen en reflexiones, en palabras”, planteaba Blanca Valera idea que debe ser consignada en nuestra razón con “acento propio y valor original” como decía nuestro gran amauta César Vallejo.
Jamás tanto cariño doloroso de: William Gonzales Pérez:
el título nos proporciona toda una intención de sufrimiento. No solo por parafrasear un verso de César Vallejo (/jamás tanto cariño doloroso, / jamás el fuego nunca / jugó mejor su rol de frío muerto!), sino por la intención de manifestar el amor que ha ido degradándose, simplificándose o comercializándose por el gran sistema. El dolor es una sombra que se esclarece en el llanto como un suceso inevitable en esta ciudad agredida por el ruido (/Mutilados quedaron los días por tanto desorden/); desorden del asfalto y de la noche que el poeta va encontrando en el frío de las calles o incluso en el calor de su hogar, atropellados por el silencio. En mi lectura de los primeros poemas, creía que las imágenes estaban un tanto allanadas con cierta influencia; pero estoy seguro que la difícil firmeza de nuestros ojos ante cada poema se atreven a definirla de diferentes formas. Una poesía que desde el alba va consagrando al amor como una “variante emocional” de nuestra realidad.
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